Francisco sirvió como líder del ministerio de oración en una iglesia en el lado sur de San Antonio, TX. Una tarde, mientras estaban manejando a su casa para prepararse para una vigilia de oración, Francisco y un amigo fueron detenidos por un oficial de la policía. El oficial le pidió su documentación, pero debido a que Francisco era indocumentado, no tenía ningún papeleo fue arrestado y llevado a un centro de detención local.
En El Salvador, Francisco tenía antecedentes penales y pasó un tiempo en la cárcel por sus acciones. Fue en la cárcel que se hizo cristiano, se apartó de sus viejas formas malos caminos y decidió servir a Dios. Cuando los oficiales pusieron el nombre de Francisco en el sistema, vieron sus antecedentes penales y le aconsejaron que no buscara un abogado porque su caso era uno de los más difíciles de perdonar. Le dijeron que lo mejor sería firmar el papeleo y regresar a su país y que si decidía quedarse y no hacerlo, estaría en la cárcel por mucho tiempo.
Sopesando el costo de contratar a un abogado y posiblemente reunirse con su familia o firmar los trámites para regresar a su país y nunca más verlos, Francisco decidió quedarse en la cárcel y confiar en Dios. Los líderes de su iglesia oraron por él y lo conectaron con buenos abogados. Desafortunadamente, todos los abogados que vinieron se negaron a tomar su caso porque dijeron que era imposible de ganar. En medio de rechazo tras rechazo, Francisco mantuvo su fe y permaneció en la cárcel.
Durante su tiempo en el centro de detención, Francisco encontró una pequeña habitación donde la gente se reunía para orar unos por otros. Asistió a la reunión y luego le preguntó al oficial si podía organizar un pequeño servicio de oración en esa sala más adelante en la semana. El oficial le dio permiso. Tuvieron su primer servicio de oración con una asistencia de 10 personas y tuvieron un tiempo poderoso en la presencia de Dios. Se empezó a correr la voz y a la semana siguiente llegaron más de 80 personas, por lo que decidieron hacer dos servicios en el salón del centro de detención, uno a las 10:00 am y otro a las 2:00 pm. Francisco comentó: “Nuestros servicios fueron tan poderosos, era como si estuviéramos libres y no en prisión.”
Los servicios de oración continuaron durante semanas. Un día Francisco le preguntó al oficial si podía leer la Biblia y dijo que sí. El oficial les dijo a todos que se callaran y escucharan su sermón de 15 minutos. Poco a poco la gente comenzó a entregar su vida a Jesús. Francisco encontró gracia ante los ojos del oficial, y todas las noches antes de apagar las luces, le pedían que leyera la Biblia y orara por todos los detenidos. Al final del tiempo de Francisco en el centro de detención, más de 80 personas habían aceptado a Jesucristo como su Señor y Salvador, y más de 20 personas se habían reconciliado con Dios. Francisco testificó: “Recibí tantas cartas de personas de todo el mundo agradeciéndome por lo que sucedió durante ese tiempo, algunos que lograron pasar por el sistema y algunos que fueron deportados a sus países. El Señor ha sido asombroso.”
Después de cinco intentos fallidos de encontrar un abogado, Francisco finalmente encontró uno que accedió a tomar su caso y tratar de sacarlo. Francisco compartió conmigo: “Era uno de los peores abogados de San Antonio, pero Dios lo usó para sacarme de esa cárcel. Dios hizo esto para mostrarme que era Él quien tenía el poder para librarme y no el hombre.” Cuando Francisco fue liberado, fue directamente a la iglesia donde encontró a un grupo de personas orando por su liberación. El pastor de la iglesia comparó esta experiencia con la liberación milagrosa de Pedro de la prisión, como lo describe el libro de los Hechos: “Él [Pedro] fue a la casa de María, la madre de Juan, también llamado Marcos, donde estaban muchos. Se reunían y oraban.”[1]
Han pasado ocho años desde que Francisco fue liberado del centro de detención. Hoy, Francisco pastorea una pequeña iglesia de inmigrantes de 40-50 personas en San Antonio. Ha asistido a todos sus días en la corte y actualmente espera su audiencia final para determinar si se le permitirá permanecer en los EE. UU. o no. Al preguntarle sobre el resultado deseado para su situación, Francisco compartió lo siguiente:
“Ojalá los oficiales tomaran caso por caso y vieran que desde que llegué he hecho mi parte. He predicado el evangelio de Jesús. Esto ayuda a las personas a mantenerse alejadas de las drogas y de la calle. Trabajo 10 horas al día y construyo escuelas donde la gente va a aprender. Tengo una familia, una iglesia, una casa y un auto. En realidad, no necesito que me den papeles, eso no me importa. Todo lo que quiero es la oportunidad de regresar a mi país para ver a mi familia y regresar a los Estados Unidos para estar con mi esposa e hijos. Recuerdo que cuando me fui originalmente de El Salvador le dije adiós a mi mamá, y esa fue la última vez que la vi. Ella murió hace dos años. Muchas personas solo nos ven como delincuentes, pero trabajamos duro y hacemos todo lo posible para salir adelante. No creo que esté lastimando a nadie; solo quiero ver a mi familia.”
Nota: Este testimonio está basado en una historia real. Se utilizaron seudónimos y lugares alternativos para la protección de los involucrados.

SOBRE EL AUTOR:
Daniel Montañez nació en Visalia, CA de madre mexicana y padre puertorriqueño. Él es un estudiante de Ph.D. de la Universidad de Boston e instructor adjunto del Programa de Ministerios Latinos y Globales en el Seminario Teológico Gordon-Conwell. Es el director de la Conferencia Cristiana de Migración y el director de la Iniciativa de Crisis Migratoria para la Iglesia de Dios (Cleveland, TN). Daniel se dedica a servir a su comunidad latina en la intersección de la Iglesia, la academia y la sociedad.
Notas finales:
[1] Acts 12:12 (NASB)
Comentarios