Lecciones de las Antinarrativas Rusas
- Mygration Christian Conference
- Jun 30
- 4 min read
por Rev. Teanna Sunberg, Mission New York

En los primeros meses de la invasión rusa a Ucrania, miles de madres cruzaron la estación de tren de Przemysl, en Polonia, con sus bebés en brazos y sus maletas a cuestas. Para quienes huían de Ucrania en el invierno de 2022, esas maletas pesaban no solo por su contenido, sino también por el peso emocional de llegar solas a una estación desconocida en otro país. Yo lideraba un pequeño equipo ministerial que colaboraba con muchos otros voluntarios de base apostados en la frontera polaca para brindar ayuda humanitaria. Para esos voluntarios —especialmente los rusos— existía otro tipo de carga que llevar. Los medios occidentales informaban ocasionalmente sobre la cantidad de rusos que huían de su país en protesta contra la invasión impulsada por Putin, pero rara vez se hablaba de los rusos y bielorrusos que acudían a puntos estratégicos para ofrecer ayuda en medio del desastre a los ucranianos.
Cuando se les preguntaba por qué ofrecían ayuda, los voluntarios rusos y bielorrusos mencionaban su conmoción ante el poder de la propaganda. Atribuían a sus experiencias interculturales un aumento en su capacidad de empatía, y compartían la tensión interna que sentían al ser definidos como “los buenos”. Nos ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre cómo las antinarrativas dentro de una cultura influyen en el pensamiento de una sociedad.
El poder de la propaganda
Desde 1998, Putin comenzó a restringir y controlar sistemáticamente los medios de comunicación. En conversaciones con ciudadanos rusos, muchos expresaban su asombro ante la forma en que los medios de comunicación masiva fueron convertidos en armas, así como su eficacia. Reconocían la televisión como un instrumento clave para difundir una narrativa rusa a favor de la guerra y pro-Putin. Con el tiempo, observaron cómo tanto la televisión como el internet transmitían un zumbido constante de propaganda que “corrigía” las ideas sobre el gobierno.
Este bombardeo constante terminó por normalizar comportamientos y pensamientos que, en condiciones normales, habrían sido considerados ilógicos. Sin embargo, al operar en segundo plano —mientras las personas preparaban la cena, hacían la tarea o jugaban con sus hijos— esas ideas fueron, poco a poco, asimiladas como parte de la vida cotidiana.
Aprendiendo de otras culturas
Muchos de los voluntarios rusos y bielorrusos ya residían fuera de su cultura de origen antes de que comenzara la guerra. Este proceso de desapego cultural e inmersión en otras sociedades fortaleció su capacidad de empatizar. Hablaban en términos de tolerancia y señalaban que, en países como Canadá y en Europa Occidental, la tolerancia se consideraba una competencia social. Reconocían cambios personales profundos y los atribuían a una exposición prolongada a culturas más tolerantes.
En una conversación con una persona rusa que había vivido en Canadá por más de una década, comentaba: “Canadá es un país de inmigrantes, y se trabaja activamente contra la discriminación. Es absurdo escuchar a alguien decir que una nación es mala y que nosotros somos los buenos”. Asimismo, relacionaban directamente su deseo de ayudar a los ucranianos con sus propias experiencias migratorias. Comprendían cuán difícil puede ser dejar la cultura de origen, y cuán enriquecedor resulta integrarse a una nueva.
Luchando con lo que significa ser bueno
Muchos de los voluntarios rusos y bielorrusos en la frontera enfrentaban una profunda lucha interior con la dualidad de ser definidos como buenos o malos. En marzo de 2022, el presidente Putin se dirigió a la nación rusa y calificó a los rusos pro-guerra como “verdaderos patriotas” y a los rusos anti-guerra como “escoria y traidores.” En los primeros meses del conflicto, Olesya Krivtsova, una estudiante universitaria de 19 años originaria de Siberia, fue acusada de terrorismo. Su “crimen” fue publicar mensajes contra la guerra en sus redes sociales.
Aunque el caso de Krivtsova se convirtió en una de muchas advertencias sobre el alto costo de oponerse a la guerra de Putin en Ucrania, los voluntarios se enfrentaban a una interrogante aún más profunda: la de la identidad y la moralidad. Dentro de Rusia y Bielorrusia, ser un “buen ruso” significaba apoyar la guerra. Fuera de esas fronteras, en cambio, ser un “buen ruso” implicaba oponerse a ella. Cuando las líneas de la nacionalidad, la identidad y la moralidad se entrelazan para definir el “patriotismo,” se crea una mezcla tóxica para toda la sociedad.
Una Buena Palabra
No debemos ignorar el hecho de que la propaganda es una herramienta poderosa utilizada por todos los gobiernos. Sin embargo, cuando la propaganda se convierte en un instrumento de odio, la sociedad entera sufre. Los rusos y bielorrusos nos ofrecen una visión no solo de cómo las antinarrativas ejercen poder sobre la sociedad y del costo que implican, sino también de la urgencia de construir estructuras sociales saludables basadas en la empatía y la tolerancia.
Contrario a las narrativas de miedo que aíslan, la interacción intencional con personas que son cultural, lingüística, política o religiosamente distintas es beneficiosa para la salud de una sociedad. Si miramos las Escrituras como guía, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento nos orientan hacia el amor y la empatía por nuestro prójimo. Levítico 19:34 nos recuerda que todos hemos cargado una maleta hacia una tierra nueva, y que esa memoria debe moldear nuestras relaciones: “Al extranjero que resida con ustedes, lo tratarán como a uno nacido entre ustedes. Ámenlo como a ustedes mismos, porque también ustedes fueron extranjeros en Egipto. Yo soy el Señor su Dios.”

SOBRE LA AUTORA:
La Rev. Teanna Sunberg codirige Mission New York, una organización sin fines de lucro en East Harlem enfocada en iniciativas de inmigración. Tiene 29 años de experiencia misionera en Europa del Este y diez años en respuesta a la migración masiva en Europa. Ofrece consultoría a iglesias que desean ser una presencia misional en sus comunidades. Actualmente cursa un doctorado en Biola University, centrado en la presencia humanitaria de base en la frontera Ucrania-Polonia.
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